Lo bueno de leer sobre exploradores polares anteriores a los más tradicionalmente conocidos como los míticos Amundsen, Shackleton y Scott, es que aprendes algo de historia al hacerlo, y además, como ocurre en numerosas ocasiones cuando estudias o lees sobre historia, anécdotas sorprendentes aparecen aquí y allá que nos llaman la atención. Eso es exactamente lo que me ha ocurrido leyendo el libro "North West to Hudson Bay, The adventurous life of a master mariner and explorer".
Jens Munk fue un marino Danés que pasó a la historia por protagonizar una de las más sorprendentes historias de supervivencia de la exploración polar (En realidad Noruego, ya que nació en
Arendal en la época en la que ambos países formaban parte de la
Unión de Kalmar) .
Durante su expedición de 1619-20 a la bahía de Hudson perdió a 62 de sus 65 hombres durante el crudo invierno que fueron forzados a pasar en aquellas desoladas costas. Las causas de tan alta mortandad son aún hoy en día motivo de discusión entre los expertos en la materia, siendo el contagio masivo por triquinosis al haber ingerido carne de oso, la teoría que cuenta con mayores adeptos. No parece probable que ni el escorbuto, la exposición al frío, deficiente alimentación, etc., fueran causas suficientes para producir la tan alta y vertiginosa mortandad que se produjo, aunque bien es cierto que tampoco fueron factores que ayudaran mucho.
Cuarteles de invierno en la desembocadura de Churchill river, bahía de Hudson.
La historia de aquella expedición por si misma merecería un libro o al menos una publicación aquí dedicada solo a ella. Su regreso, junto con el de otros dos compañeros, a Europa en el más pequeño de sus dos barcos, el "Lamprea", navegando por las traicioneras aguas plagafdas de hielo de la bahía de Hudson para recorrer 5.000 km de vuelta a casa, puede hacer palidecer la epopeya de Shackleton si uno lo piensa bien. Pero no es eso lo que he venido a contaros aquí, sino algunos detalles sorprendentes que he descubierto leyendo el libro que os mencionaba anteriormente relacionados con este hombre y con España.
Allá por el año 1614, el rey de Dinamarca, Christian IV, sufría el asedio de piratas ingleses y españoles en el norte de Noruega. Concretamente el pirata Juan Mendoza (o Jan, como es a veces referenciado), campaba a sus anchas con su flotilla bucanera por el Mar de Barents causando estragos. Jens Munk fue designado por el rey para escoltar a una delegación de nobles a Madrid para protestar. Y he aquí la primera sorpresa, resulta que el para mí mítico Jens Munk, estuvo efectivamente en Madrid. No es el primer explorador polar sobre el que leo que pisó nuestra capital. Desembarcó en La Coruña entre salvas de cañonazos de bienvenida donde la delegación permaneció durante diecinueve días alojados por el gobernador de la zona mientras esperaban respuesta de la corte concediéndoles la deseada audiencia. Desde allí partieron el 24 de mayo para alcanzar Madrid el 14 de junio. No me queda muy claro si las negociaciones fueron fructuosas o no, lo cierto es que las relaciones entre el guardián y su rebaño de nobles no fueron demasiado buenas. Para entenderlo, hay que tener en cuenta el origen familiar de Munk. Su padre, Erik Munk, fue un terrateniente afincado en el norte de Noruega cuyos desmanes, abusos y excesos acabaron finalmente con su condena primero al ostracismo y posteriormente a prisión. Sus huesos fueron a parar a una oscura y sórdida celda en la que pasó varios años antes de quitarse la vida. Muchos nobles, que habían sufrido su errática y villana actitud tuvieron mucho que ver en su justo final. Muy probablemente, algunos de ellos forjaron en venganza parte del poco reconocimiento que sufriría durante toda su vida.
La partida de nobles prefirió volver por tierra a Dinamarca y afrontar un incómodo viaje que duraría semanas antes que volver a embarcarse con Jens Munk, Dios sabe porque razón. La delegación fue despedida en julio en el Escorial, al parecer en medio de un gran evento organizado expresamente para ello pasado el cual, Marino y nobles separaron sus caminos.
Un año después, en 1615, Munk y el almirante Jorgen Daa, partieron en los barcos Víctor y el Júpiter en pos del advenedizo Juan Mendoza. Poco se conoce sobre este pirata, incluso su origen es dudoso, hay quien le otorga la nacionalidad Portuguesa, aunque el hecho de que nuestro protagonista viajara con su delegación de quisquillosos nobles a Madrid, parece apuntar a que efectivamente el pirata fuera realmente Español. La expedición punitiva partió hacia el noroeste en dirección a las Islas Faroe donde algunas fuentes parecían indicar que Mendoza se encontraba de raid. Pero aunque Mendoza no se encontraba allí, la flotilla dio pronto con ellos iniciando una loca persecución, en el transcurso de la cual hubo alguna que otra refriega a cañonazos, que terminó con gato y ratón en la remota
península de Kanin, en el mar blanco, un curioso e inquietante escenario para representar la escena de piratas de l a isla del tesoro que estaba a punto de suceder.
Juan Mendoza y sus hombres, perseguidos por los cañonazos de los Daneses, desembarcaron y se refugiaron en lo alto de una colina de aquellas remotas y desoladas tierras donde construyeron un pequeño fortín. Se sucedió una esperpéntica negociación, que acabó con los emisarios de Jorgen Daa de regreso en sus buques borrachos como cubas. Mendoza exigió, y consiguió del Almirante, disponer de un rehén como moneda de cambio y garantía para no ser exterminado por las fuerzas del rey. Mendoza retuvo al parecer demasiado tiempo a Munk, lo que impacientó al Almirante que disparó el cañonazo acordado con el explorador como aviso previo al desembarco. Mendoza, liberó al rehén, después de que este le lanzara una lapidaria frase amenazante que se podría traducir algo así como:
"Si no me liberas al instante, habrá fiesta, y no va a ser de las mejores..."
Cuando Jens Munk regresó a los buques Daneses, Jorgen Daa no cumplió con la propuesta del pirata de dejarles zarpar, sino que a cambio desembarcó enfrentándose al intenso fuego producido por los mosquetes de los hombres de Mendoza. Los atacantes treparon por la colina, hundiéndose en los ventisqueros que quedaban del invierno pasado, y pasaron de disparar a los piratas al combate cuerpo a cuerpo con espadas y machetes. los hombres de Mendoza se retiraron hasta uno de sus buques donde fueron acorralados entre las tropas desembarcadas y el Júpiter que cercó el barco por el mar. El sitio acabó con la rendición de Mendoza, que alto y elegantemente vestido, subió a bordo del Júpiter para entregar su espada.
Cincuenta y cuatro piratas habían sobrevivido a la refriega y cincuenta y cuatro piratas fueron juzgados y posteriormente pasados por la quilla de acuerdo con la ley vigente, en pago por los numerosos crímenes que acumulaban. Ninguno logró volver a cubierta, la corriente del mar blanco los arrastró sin concesiones. Solo Mendoza y sus dos lugartenientes sobrevivieron para ser llevados a Copenhagen y ser juzgados allí.
Pero con la captura del pirata Mendoza no acabaron los encuentros entre el explorador y españoles. En el viaje de vuelta, haciendo escala Vardo, los Daneses fueron informados de la presencia de balleneros vasos que se encontraban faenando sin permiso en Tommerviken. Allí fueron apresados cuatro balleneros con su carga, entre ellos el San Pedro y Señora del Rosario, las tripulaciones fueron en este caso, misericordiosamente enviados a casa con un salvoconducto en un pequeño barco.
Jorgen Daa y Jens Munk finalmente llegaron en agosto a Copenhagen donde Mendoza y sus dos hombres fueron ahorcados. El cadáver de Mendoza continuó allí colgado, luciendo sus lujosas vestimentas, al menos hasta el otoño como advertencia disuasoria a posibles imitadores.
El año siguiente se organizó otro raid punitivo. Esta ves numerosos nobles, inspirados por el éxito de la expedición anterior, fletaron seis barcos y partieron al norte de Noruega para tratar de localizar a los hermanos, también piratas, de Juan Mendoza. Sin embargo, aquella vez, Jens Munk fue relegado a una posición muy inferior y los mandos de los barcos fueron otorgados principalmente a los nobles que sufragaron aquella aventura. La partida fue un desastre en el que, además de no dar con el más mínimo rastro de los hermanos del pirata, se sucedieron borracheras a las tormentas y tormentas a las borracheras que, como colofón de surrealismo, acabaron con un hombre colgado del bauprés castigado por unanimidad por todos los nobles por haber aliviado sus necesidades en la harina para el pan.
Como podéis ver, la vida de los exploradores polares del siglo XVII no tienen mucho que ver con la de los de principios del XX, como los tres nombres que mencioné al principio. En épocas pasadas, la motivación de los exploradores eran principalmente económicas, y no se inspiraba en el ego. Se trataba de marinos cuyas profesiones mutaban espontánea e involuntariamente y pasaban de ser guerreros a mercantes, balleneros, embajadores y en ocasiones los convertía en exploradores polares.
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