No sé si habéis abrazado alguna vez algún árbol. Yo sí, aunque solo lo he hecho un par de veces en mi vida. Una vez en Valsain, Segovia, abracé un enorme pino de un par de decenas de metros de altura cuyo tronco no era capaz de abarcar con los brazos y en otra ocasión me apretujé contra un tejo milenario en la tejera de Tosande, Palencia.
No soy persona que crea en "esotericidades" de ningún tipo, pero si que trato de prestar atención y escuchar las sensaciones y emociones que mi cerebro produce después de recibir ciertos estímulos externos. En ambos abrazos arbóreos, consciente de que aquellas moles compuestas de sabia y de celulosa llevaban decenas, o incluso cientos de años, antes que yo sobre la faz de la tierra, las sensaciones que sus sobrias cortezas me transmitieron fueron de poder, robustez, de ser poseedoras de una fortaleza capaz de haber resistido los embates meteorológicos de decenas de inviernos y también, dejando volar un poco la imaginación, de sabiduría.
Hace un par de veranos tuve una experiencia similar cuando tuve la oportunidad de poner mis manos sobre el FRAM. Todavía era ignorante por aquel entonces de que este gran cascarón de nuez de madera fuese a poder hablar algún tiempo después, de manera parecida a lo que le ocurrió a Pinocho.
Cuando el Maese Cereza trajo a Gepetto aquel pedazo de tronco parlanchín y risueño para que el anciano carpintero lo tallase en su humilde taller, le dijo:
"—He pensado hacer un magnifico muñeco de madera; pero ha de ser un muñeco maravilloso, que sepa bailar, tirar a las armas y dar saltos mortales. Con este muñeco me dedicaré a correr por el mundo para ganarme un pedazo de pan y... un traguillo de vino. ¡Eh! ¿Qué le parece? "
Un panorama prometedor, sin duda. Sin embargo, a diferencia de Pinocho, el futuro del FRAM no estaba destinado a ser exactamente el mismo que el que Maese Cereza había pronosticado para su nuevo pequeño amigo de madera, aunque si que estaría destinado a "correr por el mundo" y también a dar algún que otro pequeño salto mortal.
Cuando entré en la imponente sala del Fram museum de Oslo que alberga al FRAM, me quedé de piedra al ver la forma brutal de la proa de aquel veterano enfrentada a mí. Por fin me encontraba cara a cara con ese superviviente sobre el que tanto había leído... no perdí el tiempo. Bajé corriendo las escaleras que te permiten acercarte a su costado y posé ambas manos sobre su poderoso casco de roble. Quería ver si el FRAM quería decirme algo...
Pero no, lamento decir que tras sentir el frió de sus maderos en la palma de mis manos, mi cerebro no se iluminó gracias a la luz reveladora de un relámpago misterioso, y que mi mente no se transportó en el tiempo y en el espacio para llevarme a presenciar aquellos gloriosos y míticos momentos de la historia de la exploración polar vividos por aquel barco tan peculiar en las regiones más remotas y gélidas del norte y sur de nuestro planeta. No, no hubo revelaciones, sin embargo su recia estructura de madera me transmitió sensaciones muy parecidas a las que los árboles que tiempo atrás había abrazado me habían hecho sentir tiempo antes. El FRAM ya estaba allí cuando yo había nacido, y había hecho cosas extraordinarias y transportado a personajes increíbles como a Nansen, Amundsen y Sverdrup. Aquella obra fruto de la imaginación y visión de sus diseñadores, había sobrevivido a los avatares de las expediciones en las cuales había participado, y sobre todo, también a la desidia y desinterés humanos que podían haber conseguido que esta maravilla de la ingeniería hubiera desaparecido para siempre como un viejo árbol talado para hacer leña cuando ya no era útil para nadie.
Sí, sentí voluntad y fuerza en aquella materia aparentemente inerte, pero no, el grueso casco del FRAM no consiguió obrar aquel milagro que yo esperaba y no me dirigió ni una sola palabra ni me transportó a ningún lado, en su lugar, lo hizo el libro que mi amigo Javier Cacho "Yo, el FRAM" publicó hace unos meses y el cual tengo la suerte de tener ahora en la sección de libros leídos de mi librería adornado con una cariñosa dedicatoria. El FRAM, aquel viejo explorador de madera, a través del libro de Javier, empezó a hablar como Pinocho.
Cuando Javier me esbozó la idea antes de lanzarse a la tarea, le dije, "Adelante"* va a ser un éxito, es una idea muy original. ¿¿¿¿Un barco tan emblemático como el FRAM que cuenta de primera mano todas las aventuras que se han vivido a bordo de él??? No había oído jamás algo semejante, aquella idea tenía que funcionar.
Y efectivamente, ahora que ya he terminado "Yo, el Fram", puedo decir que el libro ha cumplido de una forma muy satisfactoria mis expectativas, tanto que hasta he aprendido numerosos pormenores de expediciones que apenas conocía.
La historia que cuenta "Yo, el FRAM" navega con soltura tal entre mares y tormentas compuestos de letras e icebergs hechos de palabras congeladas, llevando tu imaginación a ese universo helado del que tanto hemos leído de una manera diferente a como hacen otros libros, a través de la emoción y el sentimiento de un inanimado pero imprescindible compañero al que todos habían confiado sus vidas y al que todos los marineros, oficiales y exploradores hablaban, susurraban o palmeaban sin esperar más respuesta que un fiero crujir de sus tablones de madera.
A través de la pluma de Javier Cacho he revivido con el cierto calor, o mejor dicho frío, que te transmiten las inquietudes y emociones del atrevido y siempre bien dispuesto FRAM, aquellos momentos clave de la historia de la exploración Polar.
"Yo, el FRAM" es, como los anglosajones dicen, un "Page-turner"**, un libro ameno, emotivo, apto para todos los públicos pero no falto del necesario contenido histórico y que sin duda no os podéis perder. Además, desde mi punto de vista, encarna el perfecto regalo para aquellos que se quieran iniciar en el fantástico mundo de la historia de las expediciones polares sin tener que naufragar en fechas, lugares e impronunciables nombres de exploradores.
Así que, no os lo penséis: ¡Adelante!
* FRAM significa "Adelante". Hay algo de teatral en mi comentario para darle algo de juego a la publicación. Lógicamente Javier no me estaba pidiendo consejo cuando me expuso sus planes, el proyecto estaba ya en marcha por su puesto y yo seguramente no dije tal palabra durante aquella conversación, pero si otras con aquel mismo significado. Es un privilegio encontrar personas que puedan combinar la habilidad de la escritura con la pasión por la historia de las expediciones polares, algo no siempre fácil de encontrar. Los resultados, como no cabía esperar de otra manera, no podían ser mejores.
** Gira páginas o algo así
No soy persona que crea en "esotericidades" de ningún tipo, pero si que trato de prestar atención y escuchar las sensaciones y emociones que mi cerebro produce después de recibir ciertos estímulos externos. En ambos abrazos arbóreos, consciente de que aquellas moles compuestas de sabia y de celulosa llevaban decenas, o incluso cientos de años, antes que yo sobre la faz de la tierra, las sensaciones que sus sobrias cortezas me transmitieron fueron de poder, robustez, de ser poseedoras de una fortaleza capaz de haber resistido los embates meteorológicos de decenas de inviernos y también, dejando volar un poco la imaginación, de sabiduría.
Hace un par de veranos tuve una experiencia similar cuando tuve la oportunidad de poner mis manos sobre el FRAM. Todavía era ignorante por aquel entonces de que este gran cascarón de nuez de madera fuese a poder hablar algún tiempo después, de manera parecida a lo que le ocurrió a Pinocho.
Gepetto tallando a Pinocchio Ilustración de la publicación original por Enriko Mazzanti |
"—He pensado hacer un magnifico muñeco de madera; pero ha de ser un muñeco maravilloso, que sepa bailar, tirar a las armas y dar saltos mortales. Con este muñeco me dedicaré a correr por el mundo para ganarme un pedazo de pan y... un traguillo de vino. ¡Eh! ¿Qué le parece? "
Un panorama prometedor, sin duda. Sin embargo, a diferencia de Pinocho, el futuro del FRAM no estaba destinado a ser exactamente el mismo que el que Maese Cereza había pronosticado para su nuevo pequeño amigo de madera, aunque si que estaría destinado a "correr por el mundo" y también a dar algún que otro pequeño salto mortal.
Cuando entré en la imponente sala del Fram museum de Oslo que alberga al FRAM, me quedé de piedra al ver la forma brutal de la proa de aquel veterano enfrentada a mí. Por fin me encontraba cara a cara con ese superviviente sobre el que tanto había leído... no perdí el tiempo. Bajé corriendo las escaleras que te permiten acercarte a su costado y posé ambas manos sobre su poderoso casco de roble. Quería ver si el FRAM quería decirme algo...
Proa del FRAM |
Sí, sentí voluntad y fuerza en aquella materia aparentemente inerte, pero no, el grueso casco del FRAM no consiguió obrar aquel milagro que yo esperaba y no me dirigió ni una sola palabra ni me transportó a ningún lado, en su lugar, lo hizo el libro que mi amigo Javier Cacho "Yo, el FRAM" publicó hace unos meses y el cual tengo la suerte de tener ahora en la sección de libros leídos de mi librería adornado con una cariñosa dedicatoria. El FRAM, aquel viejo explorador de madera, a través del libro de Javier, empezó a hablar como Pinocho.
Cuando Javier me esbozó la idea antes de lanzarse a la tarea, le dije, "Adelante"* va a ser un éxito, es una idea muy original. ¿¿¿¿Un barco tan emblemático como el FRAM que cuenta de primera mano todas las aventuras que se han vivido a bordo de él??? No había oído jamás algo semejante, aquella idea tenía que funcionar.
Y efectivamente, ahora que ya he terminado "Yo, el Fram", puedo decir que el libro ha cumplido de una forma muy satisfactoria mis expectativas, tanto que hasta he aprendido numerosos pormenores de expediciones que apenas conocía.
La historia que cuenta "Yo, el FRAM" navega con soltura tal entre mares y tormentas compuestos de letras e icebergs hechos de palabras congeladas, llevando tu imaginación a ese universo helado del que tanto hemos leído de una manera diferente a como hacen otros libros, a través de la emoción y el sentimiento de un inanimado pero imprescindible compañero al que todos habían confiado sus vidas y al que todos los marineros, oficiales y exploradores hablaban, susurraban o palmeaban sin esperar más respuesta que un fiero crujir de sus tablones de madera.
A través de la pluma de Javier Cacho he revivido con el cierto calor, o mejor dicho frío, que te transmiten las inquietudes y emociones del atrevido y siempre bien dispuesto FRAM, aquellos momentos clave de la historia de la exploración Polar.
"Yo, el FRAM" es, como los anglosajones dicen, un "Page-turner"**, un libro ameno, emotivo, apto para todos los públicos pero no falto del necesario contenido histórico y que sin duda no os podéis perder. Además, desde mi punto de vista, encarna el perfecto regalo para aquellos que se quieran iniciar en el fantástico mundo de la historia de las expediciones polares sin tener que naufragar en fechas, lugares e impronunciables nombres de exploradores.
Así que, no os lo penséis: ¡Adelante!
* FRAM significa "Adelante". Hay algo de teatral en mi comentario para darle algo de juego a la publicación. Lógicamente Javier no me estaba pidiendo consejo cuando me expuso sus planes, el proyecto estaba ya en marcha por su puesto y yo seguramente no dije tal palabra durante aquella conversación, pero si otras con aquel mismo significado. Es un privilegio encontrar personas que puedan combinar la habilidad de la escritura con la pasión por la historia de las expediciones polares, algo no siempre fácil de encontrar. Los resultados, como no cabía esperar de otra manera, no podían ser mejores.
** Gira páginas o algo así