Ya han pasado 21 días de confinamiento, o al menos ese es el tiempo que llevo yo en casa sin salir más que a comprar y a tirar la basura, tres semanas... nada más y nada menos. Una experiencia que creo que muchos no hemos vivido nunca pero que dista mucho de ser dramática. El verdadero drama lo están y estamos experimentando ahí fuera.
Como buen entusiasta de las historias sobre expediciones polares, uno no puede evitar pensar en como se las apañaban tripulaciones enteras para sobrevivir a los largos encierros que duraban meses, y hasta años, cuando los barcos de exploración quedaban atrapados por el hielo en el transcurso de su viaje.
HMS Terror atrapado en Frozen Strait - Expedición de George Back de descubrimiento del paso del Noroeste por la bahía de Hudson en busca del paso del Noroeste. William Smith 1836. |
En casi todos los casos, aquellos gélidos encierros estaban programados. El Almirantazgo, Británico sabía en el siglo XIX que la temporada durante la cual es posible navegar por aguas libres de hielos en el Ártico era muy corta. Dependiendo el año, dicha temporada podía durar de dos meses a ninguno en absoluto. Los balleneros que faenaban en aquellas regiones, sin embargo, de tanto en tanto quedaban atrapados de improviso y se las tenían que apañar para sobrevivir en muy precarias condiciones.
No ocurría así con las expediciones polares bien planificadas que se pertrechaban con alimentos en abundancia previstos para durar varios años, zumo de limón, ropa de abrigo (que nunca era suficiente), nutridas bibliotecas con centenares de libros y hasta imprentas. Pero claro, no disponían de Internet, Smart TVs, Netflix, Tablets, Playstation, ni de muchos entretenimientos similares como los que ahora tenemos a nuestra disposición para combatir el tedio en muchos de nuestros hogares.
Cuando los buques quedaban atrapados, el tiempo se detenía al igual que todo contacto con el mundo exterior. La incertidumbre de lo que el futuro podría depararles podía llegar a ser desesperante y así lo reflejan los diarios de los oficiales que participan en ellas, donde las entradas en los mismos se hacen cada vez más escasas y sombrías conforme pasaban las semanas de confinamiento.
Por aquel entonces, las tripulaciones se hacinaban de forma lo más organizada posible en el primer puente bajo cubierta y pasaban las horas como buenamente podían una vez que los buques habían quedado inmovilizados por el hielo.
HMS Terror, ejercicios al aire libre. Owen Stanley |
Mientras el sol todavía iluminaba lo suficiente y las temperaturas no eran demasiado atroces, se realizaban viajes en trineo para cazar o para explorar los alrededores. Una vez se ponía el Sol, la cosa empeoraba drásticamente. El efecto claustrofóbico provocado por el enclaustramiento se agravaba con la oscuridad creciente que pasaba a ser permanente y que podía durar hasta dos meses en función de la latitud alcanzada. El frío también era mucho más acusado durante los meses de oscuridad y no era infrecuente alcanzar los 40 grados bajo cero en el exterior.
A la par que la luz disminuía, el desanimo y la depresión se apoderaba de los confinados. Si los capitanes y pilotos de hielo (Ice Masters) tenían suerte y el barco alcanzaba alguna bahía resguardada para poder invernar, y conseguían que se aposentara sobre el hielo más o menos en posición horizontal, la vida a bordo podía ser bastante llevadera. Sin embargo, en aquellos casos en los que el mar congelado atrapaba a los expedicionarios en mitad de un gran canal o en aguas abiertas, las condiciones eran mucho peores, ya que los barcos se encontraban entonces a merced del caprichoso movimiento de la banquisa, en continuo movimiento y recibiendo con crueldad el empuje inexorable del hielo marino. No todos tenían la suerte de contar con el FRAM...
Poco se podía hacer durante ese tiempo, no se realizaba casi ninguna actividad al exterior más allá de las periódicas visitas a los observatorios instalados sobre el hielo, el mantenimiento de los pozos de fuego y los monótonos paseos en círculos por turnos que se realizaban sobre la cubierta del barco, que previamente se había cubierto de arena y protegido con el velamen como si se tratase de una gigantesca tienda de campaña.
También las misas se celebraban al exterior. A veces, dependiendo la zona en la que estuvieran atrapados, recibían la mejor de las visitas posibles, la de los Inuit que se acercaban atraídos por la curiosidad y por el deseo de intercambiar pertenencias. En aquellos encuentros, normalmente las expediciones conseguían la carne fresca que mantenía a ralla al escorbuto a cambio de herramientas u otros utensilios metálicos de inmensidad utilidad para las tribus locales que carecían de tan preciado material. En otras ocasiones, más lúgubres, los expedicionarios tenían que abandonar el barco para enterrar a algún camarada en el hielo o en el congelado suelo. Era relativamente habitual que al menos tres o cuatro expedicionarios murieran cada invierno. En la gran mayoría de las ocasiones debido a enfermedades que acarreaban desde su país de origen y que se agravaban durante los meses de exposición al frío y a condiciones insalubres.
Funeral Artico, expedición Leopold McClintock de 1859 en búsqueda de John Franklin |
Era entonces, durante aquellos meses oscuros y fríos de encierro total, donde el ingenio combinado de tripulación y oficiales se ponía en marcha y se elaboraban entretenidos periódicos de estrambóticos nombres que relataban historias que combinaban anécdotas reales con ficción. Una tradición que inició William Edward Parry con el North Georgia Gazette durante el invierno que pasó en el ártico durante su intento de cruzar el Pasaje del Noroeste, y que fue seguida por prácticamente todas las expediciones que le siguieron, algunas de las cuales llegaron incluso a disponer de la imprenta mencionada anteriormente para imprimir ejemplares.
North Georgia Gazette |
Illustrated Arctic News - Expedición en busca de John Franklin por Horatio Austin - HMS Resolute 1852 |
También se celebraban obras de teatro, a veces ya escritas y a veces inventadas, que causaban el deleite de todos, especialmente cuando los oficiales se disfrazaban de mujer o tenían que interpretar esperpenticos personajes para gran regocijo de sus subalternos.
HMS Terror Owen Stanley 1836 |
Aquello no quería decir que no existiese disciplina a bordo, claro que la había, pero se ejercía sobre todo y en gran medida el sentido común y los castigos físicos eran muy infrecuentes, a diferencia de lo que ocurría en tiempos de guerra, donde las tripulaciones de los barcos crecían de forma desproporcionada para manejar los cañones. Las tripulaciones que participaban en las expediciones de aquel entonces estaban bien pagadas y en no pocas ocasiones contaban entre sus miembros con curtidos balleneros que ya conocían el terreno y lo que les esperaba, o por marinos escoceses o de las islas Orcadas cuyas vidas normales eran ya duras de por si.
Cuando por fin el sol volvía a aparecer el horizonte, todavía había que esperar algunas semanas hasta que la temperatura fuera lo suficientemente alta para poder reanimar la expedición y comenzar de nuevo las labores de exploración en trineo, no eran pocos los casos en los que partidas a trineo que partían en marzo tenían que volver a toda velocidad al barco para descongelar pies y manos de sus participantes. En los peores casos, el deshielo no llegaba, y el confinamiento se prolongaba durante otro invierno más, facilitando al escorbuto la labor de menguar la salud, y hasta las vidas, de las maltrechas tripulaciones. Si por desgracia los sucesivos veranos, no conseguían liberar a las expediciones, y estas se veían obligadas a pasar un tercer, cuarto y hasta quinto invierno en aquellas condiciones, era entonces cuando se abría el telón que daba paso a algunas de las grandes tragedias de la exploración polar que muchos bien conocemos.
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